sábado, 11 de enero de 2014

El «lobby» bancario


Por Joaquín Rábago
La Opinión de Zamora, 10/01/2014.

Lo filtraba el otro día el Financial Times: La Comisión Europea suavizará las reformas que buscan dividir a los bancos (en comerciales y de inversión).

La separación entre ambos tipos de banco, decía el periódico de referencia de la City, no tendrá carácter mandatorio frente a lo que muchos esperaban, y se dejará un gran margen de maniobra a los supervisores nacionales.

Recordemos las voces que se alzaron en su día contra los excesos cometidos por una banca tan codiciosa como irresponsable a la hora de lanzarse a maniobras puramente especulativas en el convencimiento de que al final los Gobiernos recurrirían al dinero de los contribuyentes para supuestos males mayores.

Entonces la prensa anglosajona acuñó expresiones como «systemic risk» (riesgo sistémico) o «too big to fail» (demasiado grandes para dejarlos caer), que pronto se nos hicieron a todos familiares.

En los grandes bancos, los que llevan la voz cantante, las actividades tradicionales -depósitos y préstamos- representan aproximadamente una cuarta parte del negocio mientras que la parte del león -y el más lucrativo- corresponde a los negocios bursátiles y con derivados.

Y la intención era impedir que los bancos siguiesen especulando con el dinero de los ahorradores -protegido hasta ciertos límites por los Estado- o que actuasen como fondos «hedge», es decir de alto riesgo, bajo un disfraz bancario.

Pero el lobby de la gran banca ha hecho bien su trabajo, y al final, como denuncia el eurodiputado Sven Giegold, portavoz para asuntos de política económica y financiera de los Verdes, el borrador de la Comisión apenas tendrá efecto algo sobre el sector salvo el de aumentar la carga burocrática.

Nada parece haberse resuelto satisfactoriamente, y el «lobby» ha pugnado por introducir numerosas excepciones de forma que la gran banca, con el apoyo de sus ejércitos de especialistas, encuentre siempre algún subterfugio para burlar la ley.

Todo ello en perjuicio de los bancos más modestos, que no podrán permitirse esos expertos en regulación.

El plan de separación entre banca comercial y de inversiones amenaza con convertirse, dice Giegold, en un «ineficaz monstruo burocrático». Y aunque el proyecto de la Comisión propone prohibir las actividades por cuenta propia, las define de manera muy restrictiva.

Así, están prohibidas exclusivamente aquellas transacciones cuyo único fin sea la obtención de ganancias por cuenta propia sin que tengan alguna relación con las actividades de los clientes, algo difícilmente imaginable, según el eurodiputado.

La Comisión exige también que todas las actividades comerciales de alto riesgo se desarrollen en el marco de sociedades diferentes, pero sin que aquélla defina qué debe tener esa consideración, algo que deja a las autoridades supervisoras, lo que significa más inseguridad jurídica.

Todo habría sido mucho más sencillo, argumenta Giegold, si se hubiese aplicado aquí un equivalente a la ley Glass-Steagall de Estados Unidos, que para controlar la especulación y sin complicaciones burocráticas y en solo 37 páginas prohibía a los bancos a los que los ahorradores encomendaban la custodia de sus ahorros comerciar con ellos.

En su opinión, eso sería posible también en Europa sin perjuicio de los llamados bancos universales, pues bastaría que éstos se dividiesen en dos unidades claramente separadas y que éstas se financiasen de modo independiente.

Si eso ocurriera, los asesores bancarios podrían ofrecer a los clientes tanto los productos tradicionales como los más arriesgados de la banca de inversiones, pero ambos tipos de actividades estarían claramente separados.

Y aquí conviene recordar cómo el ex presidente de la Reserva Federal americana Alan Greenspan contribuyó al desmontaje de aquella ley que impedía la fusión entre aseguradoras, bancos e inversión y banca comercial y que tan buen servicio había prestado desde el final de la Gran Depresión.

Para un mejor conocimiento de Greenspan, un personaje tan supervalorado por la prensa como funesto, discípulo de la novelista Ayn Rand, aquella defensora del egoísmo racional y el capitalismo más insolidario, nada mejor que leer el libro «Cleptopía» (Ed. Lengua de Trapo), del periodista de «Rolling Stone» Matt Taibbi. En él quedan explicadas muchas cosas.

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