Por Joaquín Rábago
La Opinión de Zamora, 10/01/2014.
Lo
filtraba el otro día el Financial Times: La Comisión Europea suavizará las
reformas que buscan dividir a los bancos (en comerciales y de inversión).
La separación entre ambos tipos
de banco, decía el periódico de referencia de la City, no tendrá carácter
mandatorio frente a lo que muchos esperaban, y se dejará un gran margen de
maniobra a los supervisores nacionales.
Recordemos las voces que se
alzaron en su día contra los excesos cometidos por una banca tan codiciosa como
irresponsable a la hora de lanzarse a maniobras puramente especulativas en el
convencimiento de que al final los Gobiernos recurrirían al dinero de los
contribuyentes para supuestos males mayores.
Entonces la prensa anglosajona
acuñó expresiones como «systemic risk» (riesgo sistémico) o «too big to fail»
(demasiado grandes para dejarlos caer), que pronto se nos hicieron a todos
familiares.
En los grandes bancos, los que
llevan la voz cantante, las actividades tradicionales -depósitos y préstamos-
representan aproximadamente una cuarta parte del negocio mientras que la parte
del león -y el más lucrativo- corresponde a los negocios bursátiles y con
derivados.
Y la intención era impedir que
los bancos siguiesen especulando con el dinero de los ahorradores -protegido
hasta ciertos límites por los Estado- o que actuasen como fondos «hedge», es
decir de alto riesgo, bajo un disfraz bancario.
Pero el lobby de la gran banca ha
hecho bien su trabajo, y al final, como denuncia el eurodiputado Sven Giegold,
portavoz para asuntos de política económica y financiera de los Verdes, el
borrador de la Comisión apenas tendrá efecto algo sobre el sector salvo el de
aumentar la carga burocrática.
Nada parece haberse resuelto
satisfactoriamente, y el «lobby» ha pugnado por introducir numerosas
excepciones de forma que la gran banca, con el apoyo de sus ejércitos de
especialistas, encuentre siempre algún subterfugio para burlar la ley.
Todo ello en perjuicio de los
bancos más modestos, que no podrán permitirse esos expertos en regulación.
El plan de separación entre banca
comercial y de inversiones amenaza con convertirse, dice Giegold, en un
«ineficaz monstruo burocrático». Y aunque el proyecto de la Comisión propone
prohibir las actividades por cuenta propia, las define de manera muy
restrictiva.
Así, están prohibidas
exclusivamente aquellas transacciones cuyo único fin sea la obtención de
ganancias por cuenta propia sin que tengan alguna relación con las actividades
de los clientes, algo difícilmente imaginable, según el eurodiputado.
La Comisión exige también que
todas las actividades comerciales de alto riesgo se desarrollen en el marco de
sociedades diferentes, pero sin que aquélla defina qué debe tener esa
consideración, algo que deja a las autoridades supervisoras, lo que significa
más inseguridad jurídica.
Todo habría sido mucho más
sencillo, argumenta Giegold, si se hubiese aplicado aquí un equivalente a la
ley Glass-Steagall de Estados Unidos, que para controlar la especulación y sin
complicaciones burocráticas y en solo 37 páginas prohibía a los bancos a los
que los ahorradores encomendaban la custodia de sus ahorros comerciar con
ellos.
En su opinión, eso sería posible
también en Europa sin perjuicio de los llamados bancos universales, pues
bastaría que éstos se dividiesen en dos unidades claramente separadas y que
éstas se financiasen de modo independiente.
Si eso ocurriera, los asesores
bancarios podrían ofrecer a los clientes tanto los productos tradicionales como
los más arriesgados de la banca de inversiones, pero ambos tipos de actividades
estarían claramente separados.
Y aquí conviene recordar cómo el
ex presidente de la Reserva Federal americana Alan Greenspan contribuyó al
desmontaje de aquella ley que impedía la fusión entre aseguradoras, bancos e
inversión y banca comercial y que tan buen servicio había prestado desde el
final de la Gran Depresión.
Para un mejor conocimiento de
Greenspan, un personaje tan supervalorado por la prensa como funesto, discípulo
de la novelista Ayn Rand, aquella defensora del egoísmo racional y el
capitalismo más insolidario, nada mejor que leer el libro «Cleptopía» (Ed.
Lengua de Trapo), del periodista de «Rolling Stone» Matt Taibbi. En él quedan
explicadas muchas cosas.
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