domingo, 26 de enero de 2014

¿Fluirá el crédito en 2014?


Por Juan Antonio Gisbert
La Nueva España, 20/01/2014.

Al finalizar 2008, el total de créditos concedidos por el sector bancario se situó en 1,9 billones de euros, su máximo histórico, después de crecer, durante más de una década, a una tasa media anual acumulativa del 16%, con un máximo del 27% en 2005.

¿Qué ha sucedido desde entonces? Después del estallido de la crisis financiera en los EE UU, en el verano de 2007, su transmisión fue rápida y global, instalándose la desconfianza en los mercados por falta de transparencia en la composición de los balances bancarios, provocando el cierre de los mayoristas. Muchas entidades europeas fueron rescatadas por sus gobiernos, mientras Bush prefirió dejar caer a Lehman Brothers, supongo que con el sano propósito de no incurrir en riesgo moral; era septiembre de 2008 y conocemos las consecuencias.

La banca española partía de una posición de solidez, después de haber constituido un amplio colchón de dotaciones genéricas, pero estaba sobreendeudada con el exterior, y comenzó a tener problemas de liquidez, atemperados, primero, con el fondo para la adquisición de activos y, después, con el programa de avales del Estado, por parte del Gobierno nacional, y de las facilidades de liquidez establecidas por el BCE. Pero la situación conducía, de forma inevitable, a la restricción del crédito, lo que -junto con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria- transmitió la crisis financiera al sector real de una economía que había acumulado desequilibrios a lo largo del ciclo expansivo.

Así, año a año, ha ido reduciéndose el saldo vivo del crédito, hasta acumular, desde diciembre de 2008 a octubre de 2013 (último dato publicado por el BE), una caída del crédito a otros sectores residentes de unos 400.000 millones de euros, lo que supone casi la cuarta parte del punto de partida. En tan sólo los diez primeros meses de 2013, se ha reducido en casi 136.000 millones, un 8,5%.

¿Cabe esperar que ahora fluya el crédito? Parar la sangría del crédito es una "demanda nacional", en la que coinciden Gobierno y oposición, y que, sobre todo, lo exigen las empresas de pequeño y mediano tamaño, carentes de fuentes alternativas de financiación. La mayor parte de los economistas piensan que es un requisito para la auténtica recuperación.

El debate es si estamos ante restricciones en la oferta o de falta de demanda. Es razonable que en una coyuntura económica débil y en ausencia de expectativas favorables, la demanda solvente de crédito disminuya.

Pero existen razones para sostener que la caída del crédito a empresas y familias se debe, sobre todo, a factores asociados a la oferta. Las encuestas del BCE revelan que el porcentaje de operaciones denegadas por la banca española a empresas medianas y pequeñas es muy superior a la media europea; y el Banco de España advierte que los criterios aplicados por la banca para conceder nuevas operaciones se han endurecido mucho en los últimos años.

Lo peor es que es lógico. La banca española ha sentido la imperiosa necesidad de "estar en otras cosas". En este caso, sí es cierto que los excesos del pasado deben ser purgados: tras la borrachera hay que sufrir la resaca.

El crédito no sólo creció en exceso, sino que, además, se concentró mucho en el sector inmobiliario, infravalorando los riesgos asociados. Los activos crediticios dudosos han crecido, desde diciembre de 2008 a octubre de 2013, unos 130.000 millones, más del 300 por ciento, alcanzando una mora del 13 por ciento, lo que no tiene precedentes.

Lo expuesto produjo un desastre en el sistema bancario español, en el que entidades significativas han tenido que ser intervenidas y recapitalizadas con dinero público, resultando necesaria su reestructuración: en la práctica, las cajas de ahorros han desaparecido y, de momento, se han cerrado más de 11.000 oficinas, aproximadamente un 25 por ciento, y se han destruido más de 50.000 puestos de trabajo. Eso requiere un gran esfuerzo de gestión, que no se orienta a otras cuestiones.

Por otra parte, aunque la política de barra libre puesta en práctica por el BCE -a tipos de interés muy reducidos, actualmente el 0,25 por ciento- alivia los problemas de liquidez, el sobreendeudamiento de la banca subsiste, aunque ha disminuido. En un contexto de incertidumbre sobre la duración de la actual política monetaria y sobre el calendario y concreción de los cambios regulatorios pendientes, estando sobreinvertidos, no anima demasiado a abrir la mano del crédito.

No puede olvidarse que, en unos meses, los bancos europeos (sólo los que tienen un balance de al menos 30.000 millones, como quería la señora Merkel) serán "evaluados" por el BCE y es razonable que, con unos niveles de morosidad como los citados, las entidades españolas, que han visto cuestionada su solvencia y sobre las que todavía pesa la desconfianza, quieran "salir guapas en la foto". Es más seguro, y suficientemente rentable, invertir los fondos obtenidos al 0,25 por ciento en comprar deuda pública que asumir riesgos en pequeñas y medianas empresas.

No es tan fácil, pues, y por todo ello soy de los que piensan que reactivar la oferta de crédito llevará su tiempo. En 2014 habrá muy poco y caro, muy caro.

El BCE y el FMI están muy preocupados con la fragmentación financiera en la zona euro, entre otras razones porque resta efectividad a la necesaria transmisión de una política monetaria única a todos los mercados locales. Las pequeñas y medianas empresas españolas, si consiguen crédito, han de pagarlo a tipos de interés que superan en 3 puntos porcentuales a los de una empresa similar de un país no periférico; aunque el precio al que el BCE financia a los bancos de esos países es exactamente el mismo que el que aplica a los españoles.

La fragmentación financiera es, en parte, el resultado de un diseño institucional defectuoso, cuya solución pasa, entre otras cosas, por avanzar rápida y sostenidamente hacia la unión bancaria europea. Pero eso es hoy, en la UE, pedir un imposible.

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